La historia de las autodefensas en Medellín empieza con el Bloque Metro, una organización contrainsurgente típicamente rural que intentó desarrollar una estrategia territorial copiando el modelo de urbanización desarrollado en el Valle de Aburrá por las guerrillas del ELN y las FARC durante toda la década de los noventa. Para el logro de este objetivo se apoyó en algunas de las cooperativas de seguridad “Convivir” existentes en la ciudad y desarrolló una estrategia de guerra orientada, en primer lugar, a golpear, aniquilar o absorber a los grupos milicianos. En segundo lugar, a someter a algunas de las bandas delincuenciales presentes en la ciudad.
El Bloque Metro, comandado por Carlos Mauricio García, alias “Doble Cero”, desplegó en Medellín un proyecto de ejército claramente contrainsurgente bajo el modelo de formas organizativas rurales. Sin embargo, desarrolló una modalidad de subcontratación con organizaciones de alta capacidad operativa como la banda de la Terraza, que para finales de los años 90 se había convertido en el centro de coordinación de una parte importante de la delincuencia en la ciudad. En esta combinación de lógicas el Bloque se encontró con la realidad impuesta por las oficinas de cobro y sus redes mafiosas, y no tuvo más opción que establecer cierto equilibrio inestable sustentado en la intermediación ejercida, a través de lógicas mafiosas y delincuenciales, por la banda de la Terraza.
No obstante, este grupo delincuencial terminó enfrentado con algunas oficinas, en particular con la Envigado que había nacido en la época del Cartel de Medellín. También terminó en guerra con los frentes paramilitares liderados por Carlos Castaño Gil y, por supuesto, con la fuerza pública. Esta confrontación rompió el equilibrio inestable sobre el cual se sustentaba la acción del Bloque Metro e hizo fracasar la estrategia de urbanización del conflicto bajo el modelo de copamiento territorial a través de la acción armada de una organización contrainsurgente típicamente rural.
En el contexto de la guerra contrainsurgente de las AUC libraban en todo el país, la salida que se le buscó al fracaso del Bloque Metro fue el de concederle una franquicia a otra estructura con capacidad de establecer un proyecto más o menos hegemónico de control social en la ciudad. Es decir, apelar a las oficinas y los sectores armados del narcotráfico articulados a ellas, consolidando así una estructura de carácter reticular (organización en forma de redes, con nodos de articulación, pero muy diferentes a las estructuras jerárquicas de la guerrilla o el Ejército). Las estructuras reticulares del narcotráfico aparecían, a los ojos de las AUC, como la única estructura armada con capacidad para:
a) Subordinar o aniquilar a las milicias de las FARC, el ELN, a los Comandos Armados del Pueblo (CAP) y a las Milicias 6 y 7 de noviembre en el barrio La Sierra.
b) Enfrentar a las temidas bandas de Frank y Los Triana, y contratar y controlar a las otras bandas presentes en la ciudad
c) Enfrentar militarmente, con el apoyo de hombres de las AUC, al Bloque Metro, que se resistía a abandonar los territorios que había copado antes.
Es así como en el 2001 nació el Bloque Cacique Nutibara (BCN), bajo el mando de Diego Murillo, conocido en el mundo del narcotráfico como “Don Berna”. Su llegada parecía el camino más eficaz para responder al reto de la urbanización del conflicto y disputar la hegemonía sobre Medellín a la alianza guerrillera y miliciana que se estaba estableciendo en los barrios periféricos y el centro de la ciudad.
El Bloque Cacique Nutibara retomó las experiencias de los anteriores movimientos armados ilegales que tuvieron presencia en la ciudad. Asimiló los resultados de todas las guerras y negociaciones adelantadas por ellos. Luego, apeló a las redes mafiosas de las oficinas y del narcotráfico para hacerse con el monopolio de la fuerza y la coerción en aquellos territorios donde había milicias o bandas.
En poco tiempo sus hombres se adueñaron de los mercados de seguridad. “Protegían” las actividades relacionadas con la economía ilegal a la vez que invertían en negocios legales susceptibles al control del crimen organizado, como las apuestas, y se insertaron en la vida cotidiana de las comunidades como un agente de regulación y contención política.
A través del desarrollo de múltiples guerras y de complejas negociaciones, las redes mafiosas existentes en la ciudad de Medellín triunfaron sobre los reductos milicianos y empezaron a controlar barrios que otrora sirvieron de base social a las milicias. Los casos más sobresalientes son la Comuna 8, especialmente el barrio La Sierra; la Comuna 13, Moravia, El Picacho; los corregimientos San Cristóbal y San Antonio de Prado, y los municipios del Valle de Aburrá aledaños a Medellín como Bello, Itagüí y Envigado. El Bloque Cacique Nutibara también captó a algunas bandas y les puso reglas del juego. A otras, como La Terraza, las aniquiló matando a todos sus miembros. Finalmente acabó con el Bloque Metro que una vez desplazado de Medellín se refugió en el oriente antioqueño. Aislados y derrotados, sus hombres se fueron integrando a otros grupos de las autodefensas, en particular al BCN. El epílogo de su historia fue el asesinato el año pasado de “Doble Cero” en una calle de Santa Marta. Así, el BCN logró crear una estructura que articula diferentes nodos formados por los reductos de cada uno de estos sectores.
Este argumento se puede constatar si se analiza la procedencia de los 784 miembros desmovilizados del BCN. De acuerdo con el Programa de Paz y Reconciliación de la Alcaldía de Medellín, el 0.53% de los desmovilizados provenía de las guerrillas, el 9.48% del Ejército, el 37.38% de bandas, el 4,54% de otros frentes paramilitares. El 48.1% restante señalaba que no procedía de una organización previa. Si se asume que antes de la desmovilización del BCN gran parte de su ala militar y la mayoría de los integrantes de las oficinas se unieron al Bloque Héroes de Granada, y que una parte importante de ese 48.1% hacía parte de redes del narcotráfico, es posible afirmar que la presencia de los sectores procedentes de las milicias y de otros frentes paramilitares es mucho mayor.
Comentarios
Afirma el profesor Vidal-Beneyto que: La veleta no cambia, es el viento. Los vientos que nos sacuden, son vientos rugosos, negativos, que han invertido las corrientes que antes nos empujaban, arrastrándonos con ellos y haciéndonos saltar de lugar sin dar una sola razón, sin decir una sola palabra. Palabras que en muchos casos suenan pesimistas; esto porque no podemos escapar de la sumisión al poder que nos controla y nos domina.
Otra cosa nos plantea los optimistas, o más bien los optimistas de la ingenuidad, aquellos que no creen más que en la ley y el orden y que abandonan a su suerte a los que no se conforman con esta situación, y quienes reconocen la indudable influencia de la economía y de los poderosos intereses, pero que reconoce que los actores sociales no se encuentran privados de cierta autonomía y capacidad de iniciativa.
Bien, al asumir la crisis interna del paramilitarismo que se sumó a un proceso de 'paz' con el Gobierno, lo asumieron al mismo tiempo como un punto de no retorno al cisma interno que vivían, dada las profundas diferencias manifiestas entre sus fundadores y que degeneró en los enfrentamientos que se produjeron, y que a pesar de la intervención del Gobierno continúan. La crisis pasa por los túneles de la oscuridad y la complicidad de la contraguerrilla con el narcotráfico. Que carcomieron las bases de lo que en algún momento fue interpretado como una solución al combate de una guerrilla convertida en fuente de terror. Hoy, convertidos en un reducto de lo que fueron a través de sus conexiones siniestras carcomen las bases de la democracia colombiana. Es trágico, que un país el nuestro, ejemplo de desarrollo y estabilidad, atraviese por un proceso turbulento que frustra el destino político de unos y plantea qué tanto permitiremos que destruyan los fundamentos éticos de la democracia. Hasta dónde le permitiremos llegar. Es trágico que como ciudadanos no tomemos partido.
Este planteamiento sería insufrible por inhumano e inaceptable e incluso tiránico ante el cual el derecho a rebelarse y alzarse contra él por todos los medios se convoerte en un deber inalienable. Todo poder excesivo genera resistencia, la sociedad civil ha de afirmar la veleta para que pueda resistir a los vientos consolidando nuestras condiciones de existencia, es decir, nuestras raíces y sus cimientos. Con la rotunda afirmación de Vidal-Beneyto no es la veleta es el viento: porque para ellos se trata sólo de dinero, y para nosotros de VIDA.
Excelente, asi es la cosa Profesor Unamuno.
me uno a su pregunta: ¿hasta donde le permitiremos llegar?