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“Doble Cero”, el paramilitar detrás de la estela de sangre del Bloque Metro

“Doble Cero”, el paramilitar detrás de la estela de sangre del Bloque Metro

 

Redacción Judicial

El comandante de las autodefensas Carlos Mauricio García Fernández era un militar “pura sangre”. Fue uno de los protagonistas de la violencia que marcó la era de las autodefensas en Antioquia y Medellín. Su negativa a tener nexos con el narcotráfico fue su sentencia de muerte.

Carlos Mauricio García Fernández, Doble Cero.Archivo particular

Carlos Mauricio García Fernández fue uno de los jefes paramilitares más sanguinarios de la historia. Su alias fue Rodrigo Franco, pero en la guerra lo conocieron como Doble Cero, por ser el primer comandante de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) de Fidel Castaño, alias Rambo, el hermano mayor de Vicente y Carlos Castaño. Abogado de profesión, pero militar “pura sangre”. Según la sentencia de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal de Medellín contra el Bloque Metro, García Fernández fundó las escuelas de lucha antisubversiva de la casa Castaño. Murió en mayo de 2004 enfrentando a su propia causa, pues sus aliados en el paramilitarismo terminaron siendo sus verdugos en una guerra que surgió por su negativa de tener vínculos con el narcotráfico.

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El comandante del Bloque Metro nació en 1965 en una familia de abogados prestantes de Medellín. Su abuelo fue Julio César García, fundador de la Universidad La Gran Colombia en Bogotá y exdirector del periódico El Colombiano. Por el lado materno, sus familiares eran ganaderos en el municipio de San Carlos (Antioquia). Doble Cero se formó como abogado, pero ingresó a las filas del Ejército luego de su paso por la Escuela Militar José María Córdoba. Se convirtió en oficial y realizó cursos de manejo de explosivos y de contraguerrilla en Estados Unidos. Además, García Fernández hizo parte del grupo de los Boinas Verdes y de las Unidades de Fuerzas Especiales Antisubversivas.

Doble Cero es el menor de cuatro hermanos y “desde muy pequeño mostraba su desagrado contra las drogas, el cigarrillo y el licor. En cuanto a su salud, padeció epilepsia, enfermedad diagnosticada a los 13 años, pasando a un segundo plano en su vida, pues tenía la férrea idea de ser un militar”, según contó su hermano Antonio José García. El retiro de Doble Cero de las Fuerzas Militares se dio en 1988, cuando iniciaron las negociaciones de paz con el gobierno de Belisario Betancur. En ese entonces era subteniente en el municipio de Puerto Berrío y recibió la orden del cese al fuego, lo que lo desanimó a continuar en la institución porque era “una persona de corte militar, no se dejaba mandar de nadie. Era disciplinada y organizado, con su convicción muy sólida”, agregó su hermano.

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Otro de sus hermanos, Juan García, filósofo de la Universidad de Antioquia y doctor en Filosofía política de la Universidad de Barcelona, relató que la motivación de Doble Cero para ingresar a las filas paramilitares se dio por dos razones. La primera fue la toma del Palacio de Justicia por el M-19 el 6 de noviembre de 1985, y la segunda fue la muerte de Alberto Güete, amigo suyo asesinado por el grupo MAS (Muerte a Secuestradores). De ahí se explica un negativa de tener relación alguna con el narcotráfico. Asimismo, en su sentencia contra el Bloque Metro, el Tribunal de Medellín explicó que su salida del Ejército también fue por una investigación disciplinaria y penal que le abrieron por herir gravemente a uno de sus compañeros en un curso de lanceros.

Sus inicios en el paramilitarismo comenzaron en el municipio de Amalfi (Antioquia), donde conoció a la madre de los hermanos Castaño. Ahí comenzó su amistad con Fidel Castaño y se convirtió en el principal ideólogo y estratega de las ACCU. Colaboró en la redacción de los estatutos de las autodefensas, creó el régimen interno y entrenó a los primeros mil hombres que sembraron el terror en la zona bananera a punta de matanzas en las que perecieron centenares de campesinos. Sus hermanos dijeron que era diferente a los “narco paracos” que terminaron como comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), porque “muchas de las personas que integraron las autodefensas en ese primer momento se sentían verdaderos patriotas y tenían formación política”.

Doble Cero poco a poco se ganó la confianza de los hermanos Castaño, quienes, a principios de los años 90, cuando comenzó el plan de las ACCU de expandirse por Antioquia y el Urabá, lo designaron como el comandante del grupo que operaba en el Nordeste Antioqueño. Reemplazó a Jairo Mejía Arcila, alias Filo, quien fue asesinado por sus jefes. A punta de masacres y desplazamientos, Doble Cero le dio vida al Bloque Metro, que empezó a ser la autoridad en los municipios de Abejorral, El Retiro, Granada, Guatapé, Gómez Plata y Guadalupe. Carlos Mauricio García se convirtió en la voz de los Castaño en el norte y el oriente de Antioquia. Incluso, hasta en una parte de Chocó también. Doble Cero era el amo y señor de la región, y montó su centro de operaciones en San Roque (Antioquia).

Luego de la muerte de Fidel Castaño, Doble Cero se convirtió en uno de los hombres más cercanos a Carlos Castaño. Su grupo paramilitar era uno de los más estratégicos para las autodefensas y gracias a la creación de la convivir El Cóndor, el Bloque Metro llegó a tener hasta 2.000 hombres en sus filas. La crueldad de sus acciones hoy sigue siendo recordadas en Antioquia y la figura de Doble Cero es sinónimo de barbarie, al punto que llegó a guardar en cajas de galletas cerca de 12.000 cédulas de sus víctimas. Impulsó jornadas de limpieza social, consolidó sus escuelas de entrenamiento y hasta llegó a enseñar a cómo matar y desaparecer a quienes consideraban sus enemigos. Pero desde 1998 comenzaron sus problemas, cuando se negó a que su estructura se involucrara en temas de narcotráfico.

El propio Doble Cero al antropólogo Aldo Cívico, quien hizo un libro sobre él que publicó en 2009, le contó que los problemas comenzaron en el año 2000, cuando decidió expandirse hacia Medellín: “En el año 2000 se presentan los primeros roces con las AUC, cuando deciden vender el Bloque Metro a los narcotraficantes y luego en el 2001 nos declaramos en disidencia y luego en mayo de 2003 ya las AUC nos declaran la guerra”. Para esa época ya comenzaban las negociaciones de paz en Santa Fe de Ralito con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y Doble Cero era uno de los primeros contradictores al denunciar que varias estructuras paramilitares fueron vendidas a narcotraficantes que querían saldar sus cuentas con la justicia.

Esta situación le trajo problemas, primero con Diego Fernando Murillo Bejarano, alias Don Berna, jefe de la Oficina de Envigado y del Bloque Cacique Nutibara. Entre Don Berna y Doble Cero comenzó una guerra sin cuartel en las calles de Medellín, que poco a poco se fue extendiendo hasta los municipios aledaños de la capital antioqueña. Su negativa de sentarse en la mesa de diálogos ocasionó que otros jefes de las AUC le pusieran precio a su cabeza (US$2 millones). Así fue como lo rodearon las estructuras de Salvatore Mancuso, Vicente Castaño Gil, Hébert Veloza (alias H.H.), Carlos Mario Jiménez (alias Macaco), Rodrigo Pérez Alzate (también conocido como Julián Bolívar), Luis Arnulfo Tuberquia (Memín), Alcides de Jesús Durango (René), y Ramiro Cuco Vanoy. Lo dejaron sin salida.

En septiembre de 2003, Carlos Mauricio García dio una de sus últimas entrevistas en vida. Lo hizo en la Revista Cromos, que llegó hasta la vereda San Pedro del municipio de San Roque, a más de cuatro horas de viaje desde Medellín. Los atendió junto a 20 de los 60 escoltas que le quedaban. El resto murieron en los constantes combates que sostenían con cerca de 1.500 paramilitares de las AUC que tenían la orden de matarlo. Seguía en pie junto a su fiel Pipo, su perro negro. Y aseguraba sin vacilar: “Aquí aguantando hasta que nos maten, hasta que nos llegue el turno”. Sabía que lo iban a matar, pero insistía en que ese era su proyecto de vida y que moriría en su ley. Ahí se convirtió en el principal obstáculo de las negociaciones en Santa Fe de Ralito.  

En ese entonces Doble Cero tenía 38 años. Y en su entrevista, más que nunca, arremetió contra sus antiguos aliados. “Los jefes verdaderos como Carlos Castaño se narcotizaron y los narcos compraron el mando de las autodefensas. Ahora sólo quieren que el gobierno les legalice sus tierras, su dinero y sus ejércitos rurales. Nosotros no somos de esos (…) “Le advertí a Carlos que iba a terminar encerrado por los narcos y que yo prefería morir antes que traicionar el proyecto contrainsurgente que habíamos construido”, dijo. Carlos Mauricio García agregó que se negó a aceptar multimillonarios sobornos porque prefería que lo recordaran como un paramilitar que violó derechos humanos y no como un mafioso.

Sus hermanos relataron cómo fueron los últimos días de su vida, antes del 28 de mayo de 2004, el día de su muerte. “Los últimos meses fueron las vacaciones que Rodrigo (Doble Cero) no había tenido en muchos años. Él era un gran deportista y en la guerra siempre hizo deporte, por pasión y por necesidad. Cuando salió de Bogotá fue a Leticia, de Leticia a Sao Paulo y luego a Panamá, donde se queda unos quince días. Luego va a Cartagena y de allí se va en carro a Santa Marta, al Rodadero, donde tenía su apartamento. La persona que más contacto tuvo con él por esos días fui yo. En esos seis meses se dedicó a leer, que era su pasión, a hacer ejercicio en el Rodadero, aprendió a cocinar y pudo compartir unos períodos con Mónica, su esposa y con su hija Sara”, narró su hermano Juan García en el libro Las Guerras de Doble Cero.

Su muerte se dio en un supermercado del Rodadero en Santa Marta. Lo mataron dos sicarios mientras salía de hacer una vuelta con su familia. Falleció al frente de uno de sus hermanos. Sin la figura de Doble Cero, el camino se despejó para que los distintos bloques de las Autodefensas Unidas de Colombia se desmovilizaran y se acogieran a Justicia y Paz. El tiempo, sin embargo, terminó dándole la razón, pues se descubrió que varios supuestos comandantes paramilitares en realidad eran capos del narcotráfico que intentaron colarse para evitar una pena de cárcel mayor a ocho años. Tanto así, que en 2008 varios de ellos terminaron extraditados.

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