Las traiciones de
Segovia
(fragmento) texto completo en el libro "Pais de plomo" de Juanita Leon o en www.elmalpensante.com
Por Juanita León
Como Barranca, como Urabá, como el Magdalena Medio, el municipio de Segovia ha pasado del rojo
intenso al azul paramilitar en medio de convulsiones y contubernios políticos, sociales y
militares que nadie hubiera previsto apenas diez años atrás.
Cuando el jefe paramilitar del Bloque Metro, Rodrigo Franco, alias "Doble Cero", denunció
públicamente en agosto de 2002 a sus amigos militares de Segovia, Antioquia, por haberlo
traicionado, muchos colombianos renuentes a creer en la existencia de alianzas entre las
autodefensas y miembros del ejército finalmente creyeron.
Que la denuncia fuera hecha precisamente por Doble Cero le otorgaba mayor credibilidad, porque
Rodrigo Franco era el paramilitar de mostrar, el "comandante de las causas perdidas", como lo
bautizó el corresponsal estadounidense Scott Wilson en un artículo publicado en The Washington
Post. Doble Cero no estaba involucrado en el narcotráfico, era un hombre educado y no hacía alarde
de la violencia aunque la ejercía sin piedad. Parecía un hombre sensato. Nacido en Medellín en
1965, se educó en el tradicional colegio jesuita de San Ignacio. Fue teniente del ejército en la
década de los ochenta y sirvió en el Magdalena Medio, donde se hizo conocer por sus tácticas
contrainsurgentes poco convencionales e ilegales. Éstas empañaron su carrera militar hasta que en
1989 se retiró de las Fuerzas Armadas y -como otros cientos de oficiales- se fue a trabajar con
Fidel Castaño, en un principio como escolta. Gracias a su entrenamiento militar, Doble Cero
ascendió en la organización, convirtiéndose en una pieza clave para la consolidación de las
Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá y en amigo personal de Carlos Castaño.
Muchas cosas lo unieron al jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (auc) hasta cuando ambos
fueron asesinados por sus ex compañeros con pocos días de diferencia. Castaño, el 16 de abril de
2004; Doble Cero, el 28 de mayo. Pero una cosa los separaba: el narcotráfico. Castaño consideraba
que éste era un mal necesario para financiar la guerra contra la guerrilla, mientras que Doble
Cero estaba convencido de que el negocio de las drogas perjudicaba la cruzada contra las Farc,
corrompía el movimiento, lo traquetizaba. Su opinión era minoritaria dentro de las auc, y también
incómoda, lo cual obligó a Doble Cero a retirar a sus 1.500 combatientes del Bloque Metro de la
confederación paramilitar en septiembre de 2002.
Antes de llegar a esa decisión ocurrieron sucesos importantes. Cuando faltaba un mes para su
retiro de la confederación paramilitar, Doble Cero reveló en un comunicado de mediados de agosto
de 2002 que una patrulla del ejército al mando del subteniente Jairo Velandia Espitia había
asesinado el 9 de agosto a veinticuatro combatientes suyos en estado de indefensión en las afueras
del casco urbano de Segovia, tras citarlos para coordinar un ataque conjunto contra una columna de
las Farc. Su denuncia -ignorada por los medios, que en ese momento estaban concentrados en los
atentados terroristas cometidos por las Farc durante la posesión del presidente Álvaro Uribe en
Bogotá el 7 de agosto- ponía en entredicho al general Martín Orlando Carreño. El hoy comandante
del ejército dirigía en ese entonces la Segunda División y era considerado un oficial tropero y
aguerrido con una importante carrera militar por delante. El 10 de agosto había aparecido en una
rueda de prensa presentando el operativo de Segovia como una victoria histórica del ejército
contra los paramilitares, resultado de "varios meses de una ardua labor de inteligencia".
Los medios colombianos dejaron pasar el incidente y la denuncia de Doble Cero hasta que Scott
Wilson, corresponsal estadounidense del Washington Post, publicó el 18 de septiembre la versión de
que los paramilitares habían sido engañados y emboscados en Segovia. En su nota, Wilson señaló la
coincidencia y conveniencia de este aparente triunfo militar con la certificación anual en
derechos humanos realizada en esas fechas por el gobierno de Estados Unidos. La Operación
Tormenta, como la bautizó el general Carreño, era muy útil para despejar cualquier duda sobre el
compromiso -tantas veces cuestionado- del ejército en su lucha contra los paramilitares y para
asegurar la asistencia militar por 1.300 millones de dólares, objeto en ese momento de debate en
el Congreso estadounidense.
La ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, y el vicepresidente, Francisco Santos, salieron de
inmediato a descalificar públicamente el artículo del Post. Pero ya era demasiado tarde. El Tiempo
publicó al día siguiente el escalofriante testimonio de uno de los paramilitares emboscados, quien
supuestamente había entablado la relación con el subteniente Velandia, y Doble Cero concedió
sendas entrevistas a medios nacionales e internacionales en las cuales describió en detalle la
alianza de los paramilitares con los militares en Segovia. El incidente se convirtió en una
auténtica pesadilla para el gobierno, porque aunque la larga connivencia entre autodefensas y
militares o policías es evidente desde hace varios años en algunas regiones, la élite en Bogotá ya
no pudo seguir negando la alianza, una vez lo escuchó directamente de boca del paramilitar. La
confesión de un criminal es irrebatible.
La increíble metamorfosis de Segovia
Segovia es un municipio minero de 32.000 habitantes situado 200 kilómetros al nororiente de
Medellín. Su metamorfosis es un ejemplo de las rápidas mutaciones que han venido sufriendo ciertas
regiones de Colombia, donde más agudo ha sido el conflicto. Mientras en los años ochenta el
municipio fue víctima de cruentas represalias de paramilitares por ser uno de los más antiguos
bastiones de la izquierda en el occidente del país, ahora el pueblo en masa enterraba a sus
antiguos victimarios como si fueran mártires de la patria.